Antonio R. Rubio
Analista de política internacional y profesor de política comparada
El analista Dmitri Trenin, de la fundación Carnegie, sale al paso de los lugares comunes en su libro Should we fear Russia? (Polity, 2016), cuando están a punto de cumplirse 25 años de la desaparición de la URSS, Trenin subraya que dos períodos históricos han quedado atrás, no solo el de la guerra fría sino también el de la inmediata posguerra fría, un tiempo en que se alimentó la ilusión de que Rusia podría integrarse en Occidente y ser the East of the West. Por el contrario, Rusia lleva hoy camino de configurarse como the West of the East.
¿Qué hizo mal Occidente, y en particular EEUU, respecto a Rusia hace un cuarto de siglo? Según Trenin, no tuvo en cuenta que la caída del comunismo fue el resultado de un cambio político interno y la capitalizó como una completa victoria de su sistema político y económico. Todo esto respondía a la teoría del fin de la Historia, que implicaba también la muerte de la Geopolítica.
Algunos analistas y políticos occidentales pensaron que Rusia debía seguir los pasos de la Alemania derrotada en 1945 e integrarse en Occidente aceptando, como hicieron los alemanes, la hegemonía norteamericana. ¿Y qué se ofreció a Moscú a cambio? El Consejo OTAN-Rusia en el que se le daba voz, pero no voto sobre las decisiones de seguridad, o el proyecto de un espacio económico europeo con la UE. Demasiado poco para un país que durante cuatro décadas había sido la segunda gran potencia.
Trenin atribuye esta actitud a que Occidente no confiaba en Rusia como verdadero aliado a diferencia de la Alemania posterior a 1945. De ahí que el concepto de una Europa “whole and free”, según la expresión utilizada en documentos de la OTAN y la UE, pasara por incorporar a los vecinos de Rusia a las instituciones euroatlánticas, pero no a la propia Rusia. Moscú, que sí cree en la Geopolítica a diferencia de la Europa posmoderna, se inquietó, sobre todo, cuando las revoluciones de Ucrania o Georgia, de signo pro-occidental, afectaron a la periferia de su espacio geográfico.
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El analista Dmitri Trenin afirma que Rusia que no es la URSS ni está en condiciones de serlo
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Aquí comenzó el imperio de los respectivos miedos. Con Putin, Rusia pareció volver a la época de Alejandro III, al que se le atribuye el dicho de que los rusos solo tenían dos amigos: su ejército y su marina. Paradójicamente Stalin fue rehabilitado como estratega político y militar, el gran protagonista de la guerra patriótica de 1941-45, pero, en cambio, Lenin, fundador del Estado soviético, goza de menor prestigio por haber traicionado a su país con la Alemania de Guillermo II y haber contribuido a la destrucción del Estado zarista en 1917.
Esta percepción demuestra que no existe una nueva guerra fría, con una ideología internacionalista, sino un despertar del tradicional nacionalismo ruso. La crisis de Ucrania, con la posterior anexión de Crimea, marcó un punto de ruptura que parece irreversible. Rusia se aleja de Occidente y se reinventa como potencia de Eurasia, lo que implica una especial relación con China que, sin embargo, no es entre socios iguales. Les une principalmente su hostilidad a la hegemonía norteamericana.
Trenin apuesta por aceptar la realidad. No se debe tener miedo a una Rusia que no es la URSS ni está en condiciones de serlo, pero hay que manejar la relación con mucho cuidado. El soft power occidental tampoco está en condiciones de cambiar la sociedad rusa y es ilusorio esperar que unas clases medias cambien el sistema. Antes bien, muchos de sus integrantes terminarán emigrando a Europa o a EEUU. Solamente queda una “cooperación fría” en los foros internacionales que permita seguir manteniendo el diálogo sobre los limitados intereses comunes.
21/11/2016. © Todos los derechos reservados