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España en la nueva Unión Europea

 

Ana Capilla Casco

Red Floridablanca

 

La Unión Europea se acaba de enfrentar a unos días cruciales, en los que se han producido dos citas de gran relevancia: el discurso sobre el Estado de la Unión del presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker y el Consejo Europeo de Bratislava, del que por segunda vez se ha excluido a Reino Unido.

 

Merkel y Hollande se han reunido varias veces en los meses estivales para preparar la cita en la capital eslovaca y tan sólo Renzi ha sido invitado en un par de ocasiones a unirse a ellos, dejando así claro cuál es el nuevo núcleo duro de la Unión Europea. España ha quedado al margen de todos estos preparativos, salvo por la visita del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, quien realizó una gira por todos los países europeos, incluido Reino Unido, antes de la cumbre del pasado fin de semana. Si bien resulta significativo que el presidente del Gobierno español no estuviera entre los numerosos homólogos europeos con los que la canciller alemana se ha reunido este verano para hablar sobre el futuro de una Unión a 27, sobre todo porque anteriormente sí que había demostrado su cercanía y respaldo a Mariano Rajoy. Una más que oportuna filtración a la prensa de un informe del Ministerio de Asuntos Exteriores un día después del Consejo Europeo venía a justificar el papel marginal que España ha tenido en una cumbre tan relevante como la de Bratislava, y señalaba que ello es parte del precio que nuestro país está pagando en política internacional por el hecho de no haber podido constituirse un nuevo Gobierno tras dos elecciones.

 

Resulta evidente que la filtración persigue otro objetivo, y es incrementar la presión sobre el secretario general del Partido Socialista para que acabe cediendo y permita la investidura de Mariano Rajoy. No obstante, parece que más allá de los Pirineos no hacen exactamente la misma lectura de la situación política española ni tienen tan clara la asunción de responsabilidades.

 

El resumen de esta semana tan importante para el futuro de Europa es que el mismo pasa, antes de nada, por frenar el avance del populismo, sobre todo en Francia y Alemania. Los recientes resultados electorales en este último país explican por qué la preocupación en París y Berlín acerca del resultado de las elecciones presidenciales que van a celebrar en 2017 es máxima. También lo es en Bruselas.  El discurso de Juncker ante el Parlamento Europeo puso en evidencia que, tal y como afirma muy gráficamente el comisario Moscovici, la Comisión se ha convertido en una institución “antipopulista”, cuya máxima prioridad es la lucha contra el populismo. Ante este panorama, no es de extrañar que los líderes europeos no sean capaces de entender cómo sus colegas españoles no han sido capaces de sacar provecho de unos resultados electorales tan buenos, en el sentido de que no sólo no se ha producido el tan temido sorpasso sino que, además, los populistas de Podemos han perdido apoyos. La constitución de un Gobierno en España fruto de un acuerdo entre PP, PSOE y C’s, aun cuando fuera un Ejecutivo con un programa de gobierno tasado y limitado en el tiempo, hubiera mandado un mensaje de esperanza al resto de Europa y hubiera servido como valioso ejemplo. El compromiso europeo de estos tres partidos es notorio, por lo que España habría podido acudir a Bratislava con un mandato claro y ampliamente respaldado por el Congreso que hubiera permitido jugar a nuestro país un papel protagonista este pasado fin de semana y en el diseño de la nueva Unión Europea.

 

En cambio, lo que parece es que nuestro país, que no fue Estado fundador de las Comunidades Europeas, parece abocado a volver a ocupar la posición de espectador en la refundación de la Unión Europea que está por llegar después de la salida de Reino Unido. Se trata de un hecho grave, mucho más difícil de subsanar que el problema del déficit al que constantemente se refiere el Gobierno en funciones. Así que si los meses de parálisis en los que llevado sumido nuestro país no fueran de por sí razón suficiente, la evidencia de que ello estaba comprometiendo cada vez más el papel de España también fuera de nuestras fronteras hubiera debido remover algunas conciencias este verano para evitar la triste imagen que hemos dado en Bratislava. Por este motivo los líderes europeos no deben tener tan claro de quién es la responsabilidad última de todo ello, y quizás por eso los aún representantes de España se están encontrando tantas puertas cerradas en Europa.

 

 

Alberto Rubio

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