Ángel Rivero
Profesor de Ciencia Política en la Univ. Autónoma de Madrid
El Partido Laborista británico acaba de confirmar a Jeremy Corbyn como líder del partido. Al igual que en otros partidos socialdemócratas europeos, su liderazgo se apoya en una militancia radicalizada ideológicamente y nostálgica de las esencias del partido, y encuentra su obstáculo, ahora vencido, en la guerra de trincheras que ha sufrido desde el aparato y en particular desde el grupo parlamentario, más pragmático en lo ideológico y preocupado sobre todo por ganar elecciones. El apoyo de la militancia no debe ser desestimado pues el Laborista es uno de los mayores partidos europeos con medio millón de militantes, pero la pureza ideológica y el número de éstos no garantizan en absoluto el éxito electoral.
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«El giro a la izquierda no devolvió el gobierno a los laboristas sino que los condenó a una larguísima oposición»
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Corbyn ha pedido en la conferencia del partido recién finalizada poner fin a la división interna y agrupar al partido unido bajo la bandera del socialismo para así enfrentar el siglo XXI, también para ganar elecciones. Para ello ha propuesto un programa que pretendiendo mirar al futuro busca resucitar la edad de oro laborista iniciada por Clement Atlee en 1945: restaurar las infraestructuras; devolver su lustre al sistema nacional de salud; recuperar la construcción y provisión de vivienda por los ayuntamientos; mejorar y universalizar la educación; promover el desarrollo tecnológico; la recuperación de derechos sociales. Y todo ello sufragado por nuevos impuestos sobre quienes tienen más y sobre las grandes empresas. Además, promete una política moralizante sin atender a sus costes: libre entada de inmigrantes; cese de la exportación de armamento a los países no democráticos; límites al capitalismo global.
Que sea el ‘socialismo’ la bandera que haya de unir a los laboristas puede chocar, pero forma parte del comportamiento pendular de este partido: cada vez que está en la oposición llega a la conclusión de que la gente vota a la derecha porque los laboristas no son suficientemente de izquierdas. Así, tras la victoria en 1979 de Margaret Thatcher, el partido fue persuadido por su sector más radical, encabezado por Tony Ben, de que la razón por la cual la gente votaba a los conservadores era que Jim Callaghan, el primer ministro laborista que había precedido a la dama de hierro, era demasiado de derechas. Ciertamente Callaghan hubo de enfrentarse al invierno del descontento, que señaló el divorcio entre la vieja clase obrera y el partido; proclamó que las políticas keynesianas ya no funcionaban cuando el desempleo crecía sin parar; y le fue endosada por los tabloides la expresión “¿crisis, qué crisis?” al regresar bronceado de la isla de Guadalupe cuando el país se hundía en el caos económico y social. Pero el giro a la izquierda no sólo no devolvió el gobierno a los laboristas sino que los condenó a una larguísima oposición.
Fue únicamente bajo el liderazgo de Tony Blair que los laboristas recuperaron el gobierno en 1997. Pero ello ocurrió tras el abandono del ‘socialismo’, que se dio por muerto, tras la constatación de que la sociedad británica había cambiado y que ya no compartía la vieja cultura obrera, y tras refundar el partido como un ‘Nuevo Laborismo’ cuya ideología era una tercera vía entre la obsolescencia del socialismo y la inhumanidad del neoliberalismo. Esa nueva ideología se definía como ‘centrismo radical’. El proyecto de la tercera vía de Blair fue exitoso en el terreno electoral pues permitió monopolizar el gobierno desde 1997 a 2010 (hasta 2007 con Tony Blair y después con Gordon Brown). El mayor período de gobierno de toda la historia del partido.
La historia política de Gran Bretaña hace pensar que Corbyn, que ha preferido la comodidad de la pureza ideológica del partido a la responsabilidad de hacer un programa de gobierno, pasará un largo tiempo en la oposición. Y ello a pesar de que el Partido Conservador anda perdido y desnortado tras llevar al país a la aventura del Brexit. Puede aventurarse que, como en ocasiones anteriores, el péndulo laborista se ha movido en dirección al discurso de oposición y mientras permanezca allí estará lejos del gobierno”.
Este artículo ha sido publicado originalmente en FAES