Yeltsin se dirige a la multitud subido en un tanque./ Foto: Kremlin.ru, commons.wikimedia
Eduardo González. 19/08/2016
El fin de la Guerra Fría y el nacimiento del Nuevo Orden Mundial estuvieron precedidos de dos meses de agosto particularmente complicados. En 1990, Irak invadió Kuwait. Un año más tarde, hace hoy justamente 25 años, un grupo de altos dirigentes soviéticos de la línea dura derrocó durante tres escasos días al presidente Mijail Gorbachov, sin conseguir otro resultado que herir de muerte a la languideciente URSS.
Todo comenzó el 19 de agosto de 1991, cuando los miembros de autoproclamado Comité de Emergencia Estatal (GKCHP), formado por líderes del Comité Central del PCUS, del Gobierno soviético, del Ejército y de la KGB, trataron de derrocar al padre de la “perestroika”, cuyo Nuevo Tratado de la Unión, que a su juicio debilitaba demasiado a Moscú en beneficio de las repúblicas, les resultaba indigerible.
Entre los líderes de la intentona se encontraban nada menos que el vicepresidente de la URSS, Guennadi Yanayev; el primer ministro, Valentín Pavlov; el ministro de Defensa, Dmitri Yazov, y el ministro de Interior, Boris Pugo.
Lo que sucedió en los tres días siguientes fue un desastre para los golpistas: en la noche del 20 al 21 de agosto, los conspiradores se echaron atrás en su marcha militar hacia el Parlamento, ante el que se encontraron con una fuerte resistencia popular en la que murieron tres de los defensores civiles.
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El fracaso del golpe contra Gorbachov elevó a Yeltsin, desacreditó al PCUS y aceleró el fin de la Unión Soviética
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Ante la inminencia del fracaso, algunos conspiradores acudieron a la residencia de Gorbachov en Crimea, pero éste no quiso recibirlos. El día 22, el líder de la URSS regresó triunfante a Moscú. Todos los golpistas fueron detenidos, acusados de traición y, curiosamente, amnistiados en 1994.
Si para algo sirvió el golpe de Estado fue para acelerar el fin de la URSS. La falta de apoyo civil a los golpistas, el descrédito del PCUS y el baño de multitudes que se dio Boris Yeltsin, el entonces presidente de la RSFS de Rusia y futuro presidente de la Rusia independiente, allanaron el camino para que, el 8 de diciembre de 1991, la Unión Soviética dejase definitivamente de existir.