Salvador Llaudes
Investigador, Real Instituto Elcano
David Cameron tiene que estar arrepintiéndose ahora de la promesa de referéndum que realizó en enero de 2013 y que le ha permitido únicamente disfrutar de 13 meses de mayoría absoluta. Tal decisión no solamente ha provocado su caída, sino que amenaza con desatar una batalla interna de consecuencias impredecibles en el Partido Conservador, además de haber polarizado de forma innecesaria a la ciudadanía británica y de poner en riesgo la propia integridad territorial del Reino Unido y el futuro del proyecto comunitario.
Más allá de eso, hay implicaciones específicas para España. La predecible volatilidad de los mercados se ha cebado especialmente con el selectivo español, que perdía el 12,35% el pasado viernes, cifra que, comparada con el 3,1% que perdía el índice británico es aún más impresionante. Asimismo, parece fundado el temor de que la caída de la libra (ahora mismo a apenas 1,23€) puede tener un impacto en el turismo, dada la pérdida de poder adquisitivo de los británicos. Solamente en 2015 llegaron 15,67 millones de turistas británicos a España, lo cual supone el 21,6% de los visitantes extranjeros.
Existe, de igual forma, una considerable incertidumbre ante lo que puede significar el Brexit para otros aspectos de las estrechas relaciones económicas entre ambos países, como son las inversiones y las exportaciones. No olvidemos a este respecto que el Reino Unido es el primer país destino de inversiones españolas, mientras que los británicos son los quintos que más invierten en España. Ni tampoco que en 2015 el Reino Unido fue el cuarto destino para España de sus exportaciones, además del sexto proveedor.
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España, como cuarto país de la UE deberá co-liderar más activamente el proceso de reflexión colectivo
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Respecto a los efectos más a medio-largo plazo, en gran parte dependerán de lo ordenada que sea la salida británica (si es que se produce, pues hay voces que piden un segundo referéndum, y mucho debate sobre si Westminster, con mayoría pro-Bremain, debe aceptar el Brexit o si se deben convocar nuevas elecciones). El otro elemento clave será el acuerdo que se alcance finalmente con la Unión Europea. Eso sí, los españoles que viven en el Reino Unido (según los datos oficiales, en torno a 200.000) y los británicos que viven en España (más de 300.000) verán como su situación legal en nada cambia hasta que no se haga efectivo el Brexit (mínimo 2 años desde que se ponga en marcha el artículo 50 del TUE, que será como muy pronto en octubre).
Una vez se produzca el Brexit habrá que analizar cuál es el nuevo marco de relaciones entre la UE y el Reino Unido, si es que lo hay en ese momento. No obstante, imaginando una situación en la que no se llegase a un acuerdo por aquel entonces, la especialmente imbricada relación entre España y el Reino Unido hace recomendable que se encontrasen vías alternativas, aunque fuese de forma bilateral, pues a lo ya expuesto habría que sumar el difícilmente resoluble contencioso de Gibraltar.
Pero aparte de todos estos problemas, que no son menores, el shock obliga a repensar el proyecto europeo. Y esto es una oportunidad para un país como España, que debe formar gobierno rápidamente para situarse a la vanguardia del proyecto de integración. España va a pasar a convertirse en el cuarto país más importante de la UE y debe asumir la responsabilidad de co-liderar el proceso de reflexión colectivo, de una forma mucho más proactiva que hasta ahora. Hay poco tiempo que perder, como demuestra la reciente reunión en la que solamente participaron los países fundadores. Y no hay excusas para que, en el futuro inmediato, se excluya a España de ninguna iniciativa para hablar sobre la Europa del futuro.