Montse Guasch
Psicóloga
Hoy queremos aproximarnos a algunos aspectos menos hablados, pero reales, que sufren las familias diplomáticas cuando se incorporan a un nuevo destino, centrándonos en el caso de la familia que se traslada junta. La carrera diplomática ofrece la oportunidad de conocer muchos países y culturas desde una posición privilegiada. Pero los frecuentes traslados vienen acompañados de reajustes que afectan tanto al diplomático como a las personas que le acompañan. Cuando una persona enfoca su carrera dentro del mundo de la diplomacia, no suele ser consciente del precio emocional que se paga en esta profesión, sobre todo a nivel familiar, hasta que lo experimenta.
Las estancias en un destino son limitadas en el tiempo. Los problemas surgen cuando se divisa el final de una estancia y nos comunican la siguiente. Esto conlleva un proceso interno emocional que afectará a todo el núcleo familiar y que cada uno vivirá y exteriorizará de una forma distinta, aunque siempre con elementos comunes:
Una vez se conoce el nuevo destino, lo primero que surgen son pensamientos preocupantes relacionados al futuro en un lugar desconocido: si los niños se adaptarán al nuevo colegio, si el sistema sanitario será lo suficientemente bueno en caso de urgencia, o cuánto tardarán en aprender los rudimentos básicos del nuevo idioma para manejarse de forma autónoma. Estos pensamientos pueden tener una alta dosis de ansiedad, y si no somos conscientes de ello puede interferir en el desarrollo de las actividades diarias y nuestras relaciones personales.
Después se inicia un duelo, una mezcla de rabia, tristeza, soledad, o incluso culpa, por tener que separarse de los seres queridos y de un entorno ya conocido; los hijos de sus amigos; el cónyuge solo en casa, o frustrado por aparcar su carrera profesional; o también culpa por no poder atender a los padres mayores. La añoranza será un mirar atrás que dificultará el descubrimiento y la adaptación al nuevo destino.
También puede surgir pereza, falta de energía para empezar de cero en el nuevo destino: nueva mudanza, nuevos colegios, nuevos amigos, nuevo idioma… Los estudios realizados señalan que se necesitan entre 6 y 18 meses para adaptarse a un nuevo entorno.
Cada miembro de la familia vivirá estas emociones de una forma diferente, porque sus necesidades son diferentes en función de la edad de los hijos, o de la relación entre la pareja. Ante tanta disparidad de necesidades, los primeros meses podrán mostrar muchas de estas emociones entre padres e hijos, entre la pareja o entre todos en conjunto, lo cual podrá alargar el tiempo de adaptación.
Lo mejor en estos casos es tener presente que este es un proceso que están viviendo todos los miembros de la familia. Hablar de ello puede ayudar a encontrar el apoyo necesario y a la vez comprender qué le pasa al otro.
El nuevo destino puede ser un motivo para estrechar lazos si se hace correctamente. Saber afrontar la situación y disponer de herramientas para ello facilitará adaptarse al nuevo hogar y disfrutar más de las nuevas oportunidades que se abren a toda la familia.