Georgina Higueras
Periodista especializada en Extremo Oriente
China ha hecho de la revitalización de la antigua Ruta de la Seda la bandera de una nueva diplomacia más dinámica, con la que pretende consolidar su influencia como la híperpotencia del siglo XXI. La centra en un megaproyecto de conectividad de personas, mercancías, comunicaciones y servicios entre los dos extremos del continente Euroasiático, con una incidencia especial en Asia Central y Oriente Próximo, los eslabones que hace veintidós siglos posibilitaron el conocimiento, el comercio y la interacción entre las grandes civilizaciones de Oriente y Occidente.
Al igual que Estados Unidos durante el siglo XIX hizo de la conquista del oeste su prioridad, China busca el desarrollo de su extremo occidental como mejor fórmula para luchar contra los males que lo amenazan -terrorismo, extremismo islámico y separatismo-, males que también padecen los países centroasiáticos de su entorno.
El viaje al oeste es también una decisión geoestratégica con la que contrarrestar la creciente presión de Washington en el Pacífico, tanto militar -reforzamiento de las alianzas con Japón, Corea del Sur, Filipinas, Singapur y Australia- como comercial, con el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), que incluye a doce países y del que Pekín está excluido por decisión expresa de EEUU.
Con unas reservas en divisas superiores a los tres billones de dólares, Xi Jinping, el presidente más viajero de la historia de China, despliega su diplomacia de seducción a golpe de talonario en cada uno de los países que visita. China está convencida de que para que haya progreso los beneficios han de ser mutuos, por lo que va dejando a su paso un reguero de millones con los que impulsar el desarrollo propio y de sus socios.
Bajo el nombre de Una franja, una ruta, Pekín reúne la antigua senda terrestre de las caravanas y la antigua marítima de las especias. Se trata de una iniciativa abierta a todos los países que quieran sumarse. Incluye el impulso a la industrialización y el comercio con la creación de grandes centros logísticos de distribución de las mercancías, además del tendido de cables de alta tecnología para fomentar el uso de Internet y de gasoductos y oleoductos con los que segunda economía del mundo pueda apagar su sed de energía.
Además, del tendido en tierra de nuevas vías ferroviarias y de trenes de alta velocidad, el plan marítimo prevé la construcción y modernización de grandes puertos de aguas profundas que faciliten las rutas comerciales chinas y las misiones policiales de vigilancia y apoyo de sus buques tanto en el Pacífico como en el Índico. China es el primer socio comercial de África y confía en que otros países involucrados en Una franja, una ruta –incluidas los europeos– se le unan en el intento de desarrollar y explotar África. A esta misión contribuirán los grandes puertos de aguas profundas que China ha comenzado a construir en Bagamoyo (Tanzania), que será el mayor de África Oriental, el de Cherchell (Argelia) y el Guadar (Pakistán).
Para su ambicioso proyecto, Pekín mantiene un complicado juego de equilibrios, como refleja que en una misma gira, en enero pasado, el presidente visitara a dos enemigos declarados: Irán y Arabia Saudí, ambos importantes suministradores de crudo a China y ambos elevados al rango de “socios estratégicos integrales”. La diplomacia se apoya, sin embargo, en unas Fuerzas Armadas en continuo crecimiento, y choca con unas reivindicaciones unilaterales de soberanía sobre el 80% del mar del Sur de China, lo que la enfrenta a Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei. Con Japón también mantiene una dura disputa por la soberanía de las islas Diaoyu (Senkaku, en japonés) situadas en el mar del Este.