Jean-Marie Guéhenno
Presidente del International Crisis Group
En los debates sobre la crisis actual de los refugiados en el mundo suelen pasarse por alto dos sencillas verdades: que el motor principal del éxodo es, sobre todo, la propagación reciente de los conflictos armados en Oriente Medio, y que lo que preparó el terreno para este caos fue la descomposición de un sistema internacional que habíamos construido durante 70 años.
Nuestra incapacidad de poner fin a las guerras en Siria, Afganistán y Somalia hace que seamos responsables colectivos de más de la mitad de los 20 millones de refugiados que se calculan en la región. En conjunto, otros 40 millones más han tenido que desplazarse dentro de sus propios países.
Resolver estos conflictos puede parecer una tarea casi imposible cuando ya estamos teniendo dificultades para asumir la enorme entrada de refugiados. Atormentados por imágenes imborrables —refugiados que cruzan el Mediterráneo en embarcaciones desvencijadas, un niño que yace muerto en una playa, supervivientes que emprenden el duro viaje a través de los Balcanes—, conmocionados, los europeos creen que esta es una crisis suya, sobre su capacidad de absorción y su identidad.
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Responder con medidas unilaterales o con ataques aéreos esporádicos no derrotará al Daesh
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Los Estados pueden construir muros y levantar obstáculos burocráticos de todo tipo, pero eso no sirve de nada mientras los dirigentes políticos no se pregunten en serio qué es lo que provoca una migración humana de dimensiones tan épicas. La verdadera crisis es el tipo de reacción europea, que no es capaz de eliminar el carácter duradero de una amenaza mundial.
Responder con medidas unilaterales o con ataques aéreos esporádicos y que son meras reacciones no va a derrotar al autodenominado Estado Islámico. Quizá sea necesaria una intervención militar colectiva fuera de nuestras fronteras, pero no en forma de aventura neocolonial ni para aniquilar a los terroristas con bombas. Cualquier acción debe estar expresamente pensada para respaldar los procesos políticos encabezados por quienes sufren las consecuencias directas de las guerras.
Además, los líderes europeos deben tener en cuenta que la crisis de los refugiados ha socavado gravemente los valores en los que se basa la solidaridad política de la UE. El continente debe permanecer unido para aplacar los conflictos que empujan a la gente a huir y elaborar una respuesta de más talla política y más a largo plazo.
Europa debe ofrecer más atención política y más cooperación ante las quejas enconadas que se convierten en violencia, y tratar de apaciguar las rivalidades regionales y de poder como la existente entre Irán y Arabia Saudí. Cualquier estrategia debe incluir la integración de los 20 millones aproximados de musulmanes que viven en la Unión Europea, en su mayoría procedentes de Oriente Medio y el Norte de África. Asimismo, Europa debe vigilar de cerca a Turquía; salvaguardar la libertad de circulación interior, que tantos beneficios sociales y económicos ha generado; construir una respuesta conjunta a las amenazas internas y dar prioridad a las políticas de justicia y transparencia, entre ellas una política sostenible y sustancial sobre Israel y Palestina.
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