Texto y foto: Antonio Colmenar. 18/04/2016
Fue una de las capitales del Imperio español hasta 1563, cuando Felipe II trasladó su Corte a Madrid para gobernar desde allí los territorios en los que no se ponía el sol. A la par que el devenir de España, la ciudad se fue sumiendo con el paso de los siglos en un maravillosa decadencia que la hace hoy única y de la que nunca se pudo escapar uno de los grandes pintores que haya conocido este mundo: Doménikos Theotokópoulos, más conocido como el Greco.
Toledo dormita en los brazos del río Tajo y en el casco antiguo se suceden las calles estrechas con sus casas señoriales y las tiendas de espadas, los túneles medievales con las huellas de la Inquisición, y un majestuoso alcázar militar que sobrevivió a la Guerra Civil.
Durante miles de años Toledo ha acumulado cientos de leyendas y misterios, pero yo me quedo con ese cruce de culturas tan asombroso y real que se dio en tiempos de Alfonso X el Sabio, cuando las religiones católica, musulmana y judía supieron convivir y florecer de la mano bajo el supremo mandato de la tolerancia. Un cruce de culturas que el cielo de Toledo pareció dibujar una mañana primaveral de viento y algo de frío.