Hace cinco años, la gente del norte de África salió a la calle y expulsó a los autócratas que llevaban décadas en el gobierno. Los europeos no se esperaban las revoluciones de 2011, pero se apresuraron a recibirlas como un momento histórico y predijeron la triunfante expansión de la democracia y las reformas políticas por toda la región.
Hoy, la situación en la zona es muy diferente. En lugar de ser una cabeza de puente del progreso democrático en el mundo árabe, el norte de África lucha para evitar más convulsiones. Egipto vive el regreso al autoritarismo, y Libia se ha sumergido en el caos y el extremismo. Oleadas de emigrantes atraviesan la región camino de Europa, y los grupos terroristas constituyen una amenaza cada vez más seria en varios países norteafricanos.
En tales circunstancias, no es extraño que la postura de la Unión Europea respecto al norte de África sea hoy, sobre todo, defensiva. En lugar de la transición democrática, el objetivo fundamental de la UE es limitar los daños. Las autoridades europeas están interesadas ante todo en restablecer cierto orden en Libia y mantener la precaria estabilidad de los demás Estados de la zona.
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¿Qué puede hacer la UE para impulsar las reformas en los países norteafricanos y garantizar sus intereses?
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Ahora bien, en sus esfuerzos para controlar los daños, la Unión no debe caer en una visión puramente inmediata. Las lecciones de las revoluciones de 2011 están claras: en el norte de África no existe una estabilidad autoritaria. Para que la estabilidad sea duradera son necesarios un gobierno que rinda cuentas y una economía en la que los beneficios del crecimiento estén más repartidos. Las reformas que hacen falta para satisfacer las aspiraciones populares serán difíciles de propulsar mientras los regímenes continúen en manos de élites cerradas y las instituciones del Estado sigan siendo corruptas e ineficaces.
Lo que le interesa a Europa en el norte de África es inevitablemente el progreso coordinado en las tres áreas conectadas de la seguridad, el desarrollo económico y el gobierno responsable. Pero la UE debe trabajar con los socios que hay. Muchos países de la región están dispuestos a aceptar la ayuda al desarrollo pero no a hablar de corrupción ni a reformar el sector judicial o el de la seguridad. Sortear esas complejidades no será fácil. Pero, si la Unión no tiene en cuenta el contexto general en estos Estados, lo más probable es que sus iniciativas fracasen.
El nuevo énfasis europeo en la estabilidad del norte de África tiene sentido. Más descomposición del Estado en la región tendría consecuencias devastadoras para sus habitantes y podría tenerlas también muy graves para Europa. Sin embargo, centrarse de esa forma en la estabilización, por encima de todo lo demás, evoca de forma inquietante el periodo inmediatamente anterior a las revueltas árabes.
El reto que afronta la UE es rectificar la actitud ilusa que impregnó su política respecto al norte de África después de las revueltas sin desechar todas las lecciones que aseguraba haber aprendido de ellas. Cuando coopere con los países de la zona para contener o resolver crisis, la Unión Europea no debe perder de vista sus objetivos e intereses a largo plazo.
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