Pedro Sánchez, durante el debate de investidura./ Foto: ARR/La Razón
Cristina de la Hoz. 07/02/2016
Cuando resonó el segundo “no” a la investidura de Pedro Sánchez el pasado viernes se dio el pistoletazo de salida a la carrera electoral. Lo cierto es que de aquí a dos meses se vivirán muchos capítulos de encuentros y desencuentros y hasta es posible que se acabe alcanzando un acuerdo. Pero, hoy por hoy, la apuesta mayoritaria es que España va a una inédita repetición de elecciones el 26 de junio.
En las maltrechas filas del PP, la intervención de Mariano Rajoy sirvió para rearmar los ánimos, pensar que aún queda partido que disputar y líder dispuesto a presentar batalla. Hizo un buen discurso para los suyos, reivindicando el triunfo electoral del 20-D, que, aunque exiguo para formar gobierno, supone una ventaja de 33 escaños sobre el PSOE además del recuerdo constante de que Sánchez quedó el cuarto en la circunscripción de Madrid.
Pero fue la dureza del ataque del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, lo que pilló desprevenida a la bancada popular, hasta el punto de que le definieron como “el mejor portavoz del PSOE y de Pedro Sánchez”, estrategia que cree que se volverá contra él. Que Rivera corriera con la tarea de “mamporrero” demuestra, según los populares, “que se ha quitado la careta y eso libera parte de esa base electoral del PP que apoyó al partido naranja”, en definitiva, que mucho voto “prestado” regresará al partido de la gaviota.
Por supuesto, Ciudadanos no comparte esa visión. Los ataques al PP y a Rajoy por la corrupción y la falta de renovación interna estaban milimétricamente pensados. Rivera sabe que entre los votantes populares hay un sector que “suscribe dichas críticas y eso puede pesar más que el rechazo a un pacto con el PSOE”, señalan en la formación naranja. Todo ello sin contar con el plus añadido de haber intentado, al menos, un acuerdo que no condenara a los españoles a acudir de nuevo a las urnas.
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PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos tratan de sacar rentabilidad a los debates de la pasada semana
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El PSOE se aferra también en buena medida al reconocimiento de haber tenido la valentía de acudir a una sesión de investidura sin garantías “que ha servido para superar el impasse político al que nos quería someter Rajoy”. Los socialistas creen que, como en Cataluña, el vértigo de nuevos comicios puede acabar forzando la voluntad de Podemos, pero, si hay que ir al día 26 de junio, se habrá conseguido “consolidar el liderazgo” de un cuestionado Sánchez, reforzado internamente y al que será difícil arrebatar el cetro en el congreso que el PSOE celebrará en mayo.
Además, si nos atenemos a los resultados del sondeo de Metroscopia que “El País” publicó ayer, no necesitan esforzarse los socialistas para hacer recaer la responsabilidad del fracaso de la investidura en Pablo Iglesias. El 50 por ciento de los votantes “podemitas” rechaza que no saliera adelante el “sí” a Sánchez.
Iglesias tiene por delante cuatro meses para intentar desmontar ese mensaje. A priori, parece el más interesado en una repetición electoral, sobre todo si va de la mano de IU, aunque, de momento, haya dado un “no”, otro, a Alberto Garzón. La unión de ambas formaciones podría dar un susto serio al PSOE, pero para ello necesita también mantener sus alianzas en Cataluña, Valencia y Galicia. El gesto “peturbador”, en palabras del propio Iglesias, de su entusiasta abrazo, beso en los labios y hasta palmada en el trasero que protagonizó con el catalán Xavier Domenech constituyó toda una declaración de amor electoral.
Habrá que avaluar hasta qué punto la virulencia del ataque al PSOE, al PP y a Ciudadanos que protagonizó Iglesias, –dando al traste con esa pretendida imagen de socialdemocracia danesa–, al mejor estilo de un mitin del 15-M en la Puerta del Sol, asusta a una parte del electorado que le dio su confianza el pasado 20 de diciembre. A fin de cuentas, Iglesias volvió al discurso que refleja su manera de pensar y de actuar, sin disfraces.