Texto y foto: Antonio Colmenar.
Frente a la barbarie iconoclasta de las huestes del Estado Islámico, la mezquita-catedral de Córdoba es el mejor ejemplo de cómo una religión supo valorar la belleza de otra sin derribar sus muros y recuerdos. Este lugar, a los pies del río Guadalquivir, se trata de uno de los monumentos más importantes de la arquitectura islámica en España y junto al barrio antiguo cordobés conforma uno de los bienes Patrimonio Cultural de la Humanidad que hay en nuestro país.
La mezquita se empezó a construir en el año 785, al poco tiempo de la invasión musulmana de la península, sobre los cimientos del lugar que ocupaba una basílica visigótica. El edificio fue objeto de ampliaciones hasta que en 1238, tras la entrada de los cristianos en la ciudad, fue consagrada como catedral.
En 1523 sufrió la mayor de sus alteraciones arquitectónicas con la construcción de una basílica renacentista de estilo plateresco en el centro del edificio musulmán. Con sus 23.400 metros cuadrados fue la segunda mezquita más grande en superficie, sólo por detrás de la de La Meca, hasta que se erigió la mezquita Azul de Estambul en 1588.
Una de sus principales características es que su muro de la qibla no fue orientado hacia La Meca, sino 51 grados más hacia el sur, algo habitual en las mezquitas de Al-Andalus cuando el Califato musulmán se separó de la égida de Damasco.