Irene Savio
Periodista
De traje y corbata, un parlamentario observa con una mueca de desaprobación a un colega del gubernamental Partido Democrático de Kosovo (PDK) y luego gira su mirada hacia un correligionario de partido. Observando de cerca la escena, nada hace presagiar imprevistos; parece una modesta reunión política, en un día en el que se discuten cuestiones que inflaman los ánimos. Sin embargo, de repente, el hemiciclo parlamentario se inunda de un espeso humo grisáceo y se dispara la alarma para evacuar, mientras una decena de fotógrafos con máscaras antigás disparan eufóricos sus cámaras y los demás corren hacia las puertas de salida. El humo es gas lacrimógeno y tampoco es la primera vez. Más bien lo contrario. Es la vida cotidiana en el Parlamento de los gases lacrimógenos de Kosovo.
El gas lacrimógeno ha sido arrojado, en forma de protesta, por representantes de la Oposición Unida, la coalición bajo la cual actúan, desde diciembre de 2014, tres partidos no gubernamentales, el partido opositor más grande, Vetevendosje (Autodeterminación, en español), la Alianza para el Futuro de Kosovo (AAK) e Iniciativa para Kosovo (Nisma). Desde que empezó su singular protesta, a mediados de septiembre, es la décima vez que la escena se repite. En algún caso, también fueron lanzados huevos, gas pimienta y botellas de agua, en tanto un coro manifestaba su cólera con agudos pitidos metálicos. Más serias y graves, han sido las protestas callejeras a finales de noviembre en Prístina, la capital, y la policía ha reaccionado arrestando una decena de políticos opositores, acusándoles del lanzamiento de gases lacrimógenos. Mientras tanto, el 7 de diciembre, un oscuro tiroteo se produjo en un pueblo de mayoría serbia, Gorazdevac, y fue dañado un monumento en memoria de las víctimas serbias del conflicto de 1998-99, según confirmó también la OSCE.
Así es que no pocos han empezado a hacerse una pregunta tan sencilla como compleja: ¿Qué pasa en Kosovo?
La versión oficial del Gobierno es que la razón de las protestas es que Oposición Unida, contraria al primer ministro kosovar Isa Mustafá -también del PDK y quien sucedió en 2014 al más controvertido Hashim Thaci-, se niega, por su ideología panalbanesa, a que se normalice la relación entre Serbia y Kosovo. Y que lo hace a través de medidas ilegales y en el intento de capitalizar, con fines electorales, los malhumores de la mayoría albanesa que habita en Kosovo. Según los opositores, en cambio, su protesta sí es peculiar y extrema, pero esto se debe a que la oposición “no tiene alternativas” para frenar los planes del Gobierno, que busca normalizar su relación con Serbia “a toda costa”, según dice Arber Zaimi, uno de los asesores del diputado Albin Kurti, fundador de Vetevendosje. De ahí que, la oposición haya optado por la estrategia de los gases lacrimógenos para impedir que el Parlamento continúe trabajando y que haya promovido una petición para que -1,8 millón de habitantes, según los últimos censos- se celebren nuevas elecciones o haya un referéndum sobre la cuestión, que finalmente fue firmado por 250.000 personas, pero sin efectividad.
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El proceso de normalización de las relaciones entre Prístina y Belgrado desata tensiones en el Parlamento
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En concreto, la piedra del escándalo han sido tres acuerdos, forzados por la Unión Europea (UE) y firmados por Kosovo y Serbia el 25 de agosto pasado; pactos sobre energía, telecomunicaciones y para establecer una comunidad de municipios serbios en el norte de Kosovo. Siendo esto último lo que, en particular, ha suscitado la ira de las oposiciones kosovares; esto, a pesar de la euforia de Federica Mogherini, la jefa de la diplomacia europea, quien en agosto consideró los acuerdos “un hito” en el proceso de normalización serbo-kosovar, que empezó en 2013 con el primer histórico acuerdo para reconciliar la relación entre Serbia y Kosovo.
Se trata de “un punto de inflexión en la agenda de diálogo”, afirmó visiblemente optimista Mogherini, a lo que le siguió la aprobación de un cuarto acuerdo en el que se estableció la libertad de movimiento en el puente de la dividida ciudad de Mitrovica, ubicada en el norte de Kosovo, de mayoría serbia y considerada uno de los últimos reductos de tensión étnica en los Balcanes. Allí donde, tan sólo en junio de 2014, se produjeron nuevamente unos violentos enfrentamientos que dejaron varios heridos.
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