The Diplomat in Spain

Rodrigo Rato, ayer, tras ser detenido./ Foto: CGS/La Razón. 

Cristina de la Hoz. Madrid

Las últimas revelaciones en torno al ex vicepresidente económico Rodrigo Rato han caído como un jarro de agua fría en el PP que, aunque intenta mantener distancias bajo el argumento de que ya no es militante, sabe que con él se ataca a la línea de flotación de la historia del partido y a la que ha sido siempre una de sus principales banderas: la gestión económica.

Lo de Rato ha sido el ocaso y caída de uno de los mejores exponentes del PP, un pata negra que aspiró a gobernar y al que muchos echaron de menos durante años, lamentando en secreto y no tan en secreto que José María Aznar no le hubiera elegido su sucesor. Carismático, brillante, cosmopolita, con idiomas, Rato era todo lo que no eran el resto de sus oponentes a hacerse con el liderazgo popular, aunque los negocios de la familia siempre fueron su talón de Aquiles.

Esas características fueron también las que le dejaron fuera de la fotofinish sucesoria: demasiada personalidad, demasiado perfil propio, demasiada gente a su alrededor. Los “ratistas” eran legión y muchos de ellos siguen todavía en activo, especialmente en el Grupo Parlamentario, que ven con asombro y pesar todo lo que ocurre en torno a su antiguo jefe de filas en el Congreso.

Ya les costó digerir la doble imputación de Rato tras su paso por la presidencia de Bankia. Llegó allí tras una batalla cruenta entre Esperanza Aguirre, que quería aupar para ese puesto a su entonces “número dos”, Ignacio González, y Mariano Rajoy, que acabó forzando la designación de Rato. Su currículum era incontestable. Vicepresidente durante los años del “milagro económico”, cuya paternidad se le atribuye, entre los años 1996-2004, y director gerente del FMI, nada menos que el primer español que accedía a este puesto, con rango de jefe de Estado.

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Los negocios de la familia siempre fueron el talón de Aquiles de uno de los hombres más poderosos del PP

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Bien es cierto que abandonó Washington sorpresivamente, sin acabar el mandato y sin dar muchas explicaciones. Pero, aún así, su vuelta a España desató todo tipo de especulaciones sobre si suponía un regreso a la primera línea política que amenazaba el liderazgo de Rajoy. Y es que Rato fue de los pocos que hizo explícito en 2003 su deseo de suceder a Aznar y jamás le perdonó que optara por el gallego. Las relaciones con el ex presidente del Gobierno pasaron a ser inexistentes.

Rato está imputado por falsedad documental y estafa, entre otros delitos, por la salida de Bankia a Bolsa y, también por apropiación indebida en el caso del uso de las tarjetas black. Todo ello le supuso la suspensión de militancia del PP, a modo de cortafuego. Pero haberse acogido a la amnistía fiscal y, con ello, desatar sospechas sobre blanqueo, alzamiento de bienes y fraude fiscal en un asunto de economía personal y familiar, al estilo de los Pujol, con la Policía registrando su domicilio es más de lo que su antiguo partido puede soportar.

Y todo justo en este momento, cuando Rajoy anda sacando pecho por su gestión económica junto al ministro Cristóbal Montoro, que estuvo a las órdenes de quien ahora investiga la Agencia Tributaria. Se acusa al actual titular de Economía y Hacienda de haber sobreactuado con esa foto terrible de Rato entrando en el coche policial mientras un agente le agacha la cabeza. Quizá Montoro haya intentado hacer de la necesidad, de la inevitabilidad de un caso que iba a estallar sí o sí, virtud.