Jesus Gil Fuensanta
Profesor (UAM) y observador en las elecciones presidenciales de Uzbekistán
Ya comentaba hace un par de meses la celebración del Navruz en Uzbekistán como apertura tradicional del buen tiempo en Asia Central. En las celebraciones del 21 de Marzo en Tashkent pudimos comprobar la vitalidad del presidente uzbeco Islam Karimov, que una semana después concurría a las elecciones presidenciales por cuarta vez junto a otros tres candidatos.
Karimov era el candidato favorito. Su figura ligada a la imagen de padre de la nación uzbeca desde su independencia así lo hacía presagiar. Además jugaban a su favor la estabilidad y paz que ha proporcionado a Uzbekistán durante sus tres mandatos previos. Algo de lo cual los uzbecos están comprensiblemente orgullosos. Más teniendo en cuenta el caótico vecindario en Afganistán o Tayikistán, donde se avecinan tormentas de inestabilidad a medio y largo plazo. La creciente “rusificación” de vecinos aparentemente estables, como Kazajistán, o el “enigma en una caja de Pandora” que supone el Kirguizistán de Atambayev, sitúan a Uzbekistán como una preciada gema a conservar en el corazón de Asia Central.
Sin embargo, en algunos medios occidentales la visión uzbeca de estabilidad y paz de la era Karimov no es compartida. Como ejemplo, el reciente informe de la OSCE. Un reporte emitido curiosamente muy escasas horas después de conocerse los primeros resultados oficiales de la victoria de Karimov. Sonaba a hecho consumado: parecía que no importaba el claro resultado de la elección presentado por la Junta Electoral de Uzbekistán. La OSCE es muy crítica con el régimen, pese a su propia insistencia en que las elecciones fueron celebradas en un “encomiable marco de organización, celebración festiva y paz”; donde además se alababan “las adecuadas instalaciones en las votaciones (democráticas), sin violaciones de la ley y sin quejas”.
Sin embargo, el informe oficial de la OSCE (en inglés, pese a que estamos en una sociedad con mentalidad cultural ligada al ruso) no sólo era más crítico que el de diciembre de 2014, sobre las pasadas elecciones parlamentarias, sino que revestía cierto poso cínico: en primer lugar, por la pretensión de equiparar a Uzbekistán con una democracia occidental, y segundo, por la insistencia (irónica, después de lo comentado más arriba) en el deseo de no realizar juicios comparativos sobre la calidad de las elecciones.
Karimov cumple con creces el papel de líder tradicional de una sociedad oriental: da y provee al pueblo. Sus oponentes en la votación en cierto modo son un ejemplo de los recambios futuros para el presidente. El más votado de ellos fue Akmal Saidov del partido Milly Tiklanish. La candidatura de Karimov venía apoyada por el Özlidep, un partido, con matices, con elementos propios del centro derecha de una sociedad occidental.
Tanto los observadores internacionales independientes (cerca de 400) como los pertenecientes a organizaciones como el CIS o el tratado de Shanghai coincidieron en que estas elecciones presidenciales cumplían las reglas estándar de una elección democrática.
El mismo presidente ruso, Vladimir Putin, en contraste con lo expuesto por la OSCE, fue el primer mandatario en felicitar a Karimov. Un gesto de gran visión futura de la mano de un dignatario con mayor influencia en Oriente que la que puedan tener actualmente la OSCE y los lobbies detrás de la misma.