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Egipto: Primavera de 2015

 

Alfonso Ortiz

Ex embajador de España en Egipto

 

La inestabilidad, las turbulencias y la violencia letal que ha sufrido Egipto desde la revolución de la plaza Tahrir, no se habían visto desde los tiempos de la oposición a la dominación británica.

 

La historia política del Egipto moderno se ha caracterizado por la estabilidad: largos mandatos presidenciales y escasa rebeldía popular. Desde el derrocamiento de Faruk hasta la caída de Mubarak, Egipto sólo ha tenido tres presidentes en casi 60 años.

 

Ahora, en tres vertiginosos años, hemos sido testigos de un nuevo fenómeno político de masas, dos derrocamientos, un efímero gobierno electo islamista, la reaparición del Ejército como actor político, dos Constituciones y la elección de un nuevo presidente, todo ello en un marco de violencia inusitada y con un enorme coste en vidas humanas y un gran trauma social.

 

Tras el golpe militar contra el régimen islamista de Morsi en julio de 2013, el gobierno provisional, con Al-Sisi como viceprimer Ministro, trazó una Hoja de Ruta para la transición: nueva Constitución y elecciones presidenciales en 2014 y legislativas en 2015.

 

Junto a este programa democratizador, sin embargo, comenzó una clara fase represiva, continuada tras la elección presidencial de mayo 2014 y justificada, oficialmente, en aras a la necesaria estabilidad: ilegalización de los Hermanos Musulmanes, nueva Ley Antiterrorista, ley restrictiva del derecho de manifestación, intervención en la Universidad,  detenciones masivas, condenas a muerte, etc, provocando ya preocupación internacional, en el ámbito de la UE y las Naciones Unidas.

 

Las responsabilidades inmediatas del presidente Al-Sisi son importantes. Se espera de él que, en unos contextos interno y regional muy complejos, supere grandes -y tradicionales- retos en todos los ámbitos: socioeconómico, político, internacional y, desde luego, en el de las libertades y los derechos humanos.

 

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El país necesita estabilidad para prosperar, pero también consolidación de los derechos y libertades

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La economía parece estabilizarse pero sigue frágil, con una tasa de crecimiento baja y una necesidad absoluta de estabilidad para atraer de nuevo sus fuentes tradicionales de ingresos: turismo, remesas de emigrantes, tasas del Canal, inversiones, donaciones. De momento, se defiende gracias a la ayuda financiera de Arabia, Emiratos y Kuwait. La reciente Conferencia de Desarrollo de Sharm Al-Sheij ha sido también un éxito y el FMI confirma una recuperación de la confianza y del crecimiento.

 

Los recientes atentados yihadistas del Sinaí plantean al Gobierno y al Ejército un serio problema de seguridad y de prestigio, además de sus implicaciones para el papel regional de Egipto.

 

El nuevo gobierno reanuda su tradicional papel internacional con la prioridad de recuperar el liderazgo regional, limitado estos años por la situación interna. Regresa al Proceso de Paz; se involucra en la crisis siria; colabora con su aliado principal, Arabia, en Yemen; y se hace presente en Libia, vecino prioritario de siempre.

 

Se han reactivado lógicamente las relaciones con Washington, incluyendo la ayuda militar y la cooperación económica. La UE, preocupada por el tema de los derechos humanos, opta también por la normalización en el marco del Acuerdo de Asociación de 2004. A la vez, Egipto se acerca a Rusia y China y a varios países europeos: Italia, Francia, Alemania, España.

 

España, precisamente, apoya el proceso de transición y la hoja de ruta del nuevo Gobierno y su apuesta por la estabilidad, instándole a la vez al avance en la consolidación democrática.

 

Las relaciones hispano-egipcias han sido siempre intensas y sustantivas, tanto en lo bilateral como en los marcos regional, europeo y de Naciones Unidas. Cuentan con un amplio entramado institucional, pero tienen claramente mayor contenido político y cultural que económico, a pesar del interés de España por un mercado tan estratégico y de tales dimensiones. El intercambio de visitas, el diálogo político y la cooperación han sido intensos en los últimos años a todos los niveles, incluyendo la participación de España en la reciente Conferencia de Sharm.

 

Finalmente, aunque un país no es su dirigente, sin duda los presidentes Nasser, Sadat y Mubarak, especialmente los dos primeros, dieron a Egipto una imagen y una posición internacional en consonancia con sus propias personalidades y sus circunstancias históricas.

 

Al-Sisi hereda un Egipto con muchos problemas sin resolver y con una sociedad dividida. El país necesita que se acometan con decisión reformas que lo modernicen y acaben con situaciones de privilegio y exclusión. La movilización y las reivindicaciones de la juventud y de las masas populares en plaza Tahrir marcaron un nuevo punto de partida, que no se puede obviar.

 

Egipto, ciertamente, necesita estabilidad para prosperar, pero también, y por fin, consolidación de los derechos y las libertades así como fórmulas de inclusión para integrar la realidad de las tendencias políticas laicas y religiosas fundamentalistas. ¿Será ésa la aportación histórica de Al-Sisi?

 

 

Luis Ayllon

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