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Bernardino León, el artífice de que la Conferencia sobre Libia se celebre en Madrid

El diplomático español Bernardino León en una imagen de archivo./ Foto: CB/La Razón.

 

The Diplomat. Madrid.

 

Hacía tiempo que la capital española no albergaba una conferencia internacional y buena parte de que la de Libia se inicie hoy en Madrid se debe a Bernardino León, un atípico diplomático malagueño que desde mediados de agosto es el enviado especial de la ONU en este turbulento país árabe. De él partió la idea de buscar en Madrid una salida al atolladero libio.

 

El ya fallecido embajador Manuel de Luna solía recordar a sus compañeros en Exteriores como fue la primera conversación telefónica que tuvo con Bernardino León Gross. Fue a finales de 1990, en una Liberia azotada por una incruenta guerra civil que había comenzado en agosto de ese año tras un golpe de Estado. De Luna estaba organizando las últimas evacuaciones de españoles de este país africano a través de la frontera con Sierra Leona y las palabras de ánimo del jovencito diplomático, que debía sustituirle al frente de la embajada, fueron como un bálsamo. “Embajador, ¡que somos andaluces, el mundo es nuestro!”, le soltó por teléfono.

 

Bernard (como le llaman su familia, amigos y dirigentes políticos) empezó con este proverbial dicho aventurero su vida pública en un mundo que salía de la Guerra Fría. Casi veinte años después se convirtió en el principal hombre de confianza del presidente José Luis Rodríguez Zapatero (el golden boy, como le llamaban en la Embajada norteamericana, según los cables de Wikileaks), aunque su carácter reservado ha envuelto su vida en un halo de misterio.

 

León es el mayor de cuatro hermanos que se criaron en el barrio malagueño de Miramar, de tradición burguesa y donde se encontraba el colegio jesuita de San Estanislao, el mismo en el que estudió el filósofo José Ortega y Gasset en sus años de infancia en esta ciudad andaluza. Su vocación por la vida diplomática le viene por tres orígenes. Uno es secundario y fue el hecho de que un abuelo y un tío de ellos desempeñasen cargos de cónsules en Suecia y Finlandia. En los otros dos está la clave

 

Desde muy niño hasta la adolescencia, viajaba todos los veranos con su familia por Europa en caravana. El segundo factor, ya más tardío y con la pasión por la diplomacia ya prácticamente inoculada, fue que el catedrático de Derecho Internacional Público en la Universidad de Málaga, Alejandro Rodríguez Carrión, se cruzase en su camino. Él fue quien le animó a intentar ser diplomático.

 

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Siempre ha estado interesado por el derecho internacional y ha tenido un profundo sentido del Estado

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Pese a que los apellidos maternos son extranjeros, en casa siempre se habló en castellano. El primero –Gross- es un apellido de origen alemán fruto de la burguesía centroeuropea que se instaló en Málaga hace ocho generaciones. El segundo –Bevan- proviene de un empresario norteamericano que a principios del siglo XX llegó a la ciudad andaluza en busca de aventuras y acabó haciéndose rico. A través de los Bevan, Bernardino León aprendió francés durante dos veranos del instituto en un castillo de Burdeos dedicado a la producción vinícola. Luego, en la etapa universitaria, se fue a Londres a trabajar para aprender inglés como muchos otros españoles han hecho en los meses de verano.

 

Nunca ha sido el clásico diplomático que se deleitase en las grandes recepciones, sino una persona muy inquieta por el derecho internacional y con un profundo sentido del Estado, que le llevó a desvivirse por compatriotas en dificultades en sitios tan peligrosos como la citada Liberia, Argelia o Ruanda. Nada más sacarse la oposición diplomática en 1989, se presentó voluntario para viajar a Liberia en medio de un conflicto que se agravó a lo largo del siguiente año. Cuando entró en la embajada en Monrovia, se encontró con un escenario dantesco en el que estaban esparcidos los cadáveres de varios trabajadores locales. Uno de ellos era el cocinero, cuya mujer e hija pudieron salvarse unas semanas antes con el embajador De Luna.

 

León nunca ha hablado mucho de aquellos días de violencia en el corazón de África, un continente en el que se sintió atrapado por las guerras y del que volvió a España en dos ocasiones con la enfermedad de la malaria en el cuerpo. Su siguiente destino fue dirigir el consulado de Argel en el peor momento posible, cuando el FIS islamista había sido ilegalizado a las puertas del poder. La contienda civil se propagó como un reguero de sangre y al joven diplomático le tocó atender a la colonia española, uno de los colectivos en el punto de mira de los terroristas, junto al embajador de entonces.

 

A diferencia de otras embajadas occidentales, la española se mantuvo abierta en una de las zonas altas de Argel. La bandera española estaba a la vista de todos y el Gobierno decidió enviar a los geos para protegerles. Durante más de un año estuvieron encerrados en la legación diplomática, con salidas a España cada tres o cuatro meses para ver a la familia, y aunque quería seguir en África, le hicieron ministro consejero en la tranquila embajada de Atenas.

 

Sin embargo, a los pocos meses estalló el genocidio en Ruanda y ante la pasividad española para rescatar a unos misioneros javerianos, convenció a sus superiores en Madrid de que tenía que viajar allí en su ayuda. Una maleta, con algo de ropa de cambiarse y dinero en efectivo, fue su única compañera de viaje. Un desplazamiento al corazón de los Grandes Lagos que se saldó con éxito y que atrajo la atención de un, por entonces, poco conocido Miguel Ángel Moratinos, quien le fichó como asesor en su oficina en Nicosia (Chipre) de enviado especial de la UE para Oriente Próximo.

 

Luego llegarían las dos legislaturas de trabajo en los gobiernos de Zapatero, primero como secretario de Estado de Exteriores junto a Moratinos y luego en Moncloa como secretario general de Presidencia de Gobierno. De ahí vendría el salto a la diplomacia comunitaria ya que fue elegido por Catherine Ashton como enviado especial de la UE para la primavera árabe, dedicándose en especial a las transiciones en Túnez, Egipto y Libia. Solo la primera ha salido adelante pues la egipcia ha vuelto al punto de partida tras el golpe de Estado del general Al Sisi, mientras que la revolución libia ha desembocado en una lucha sin fin entre grupos rebeldes.

 

 

Antonio Rodríguez

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