La diplomática y excepcional visita del Rey Alfonso XIII al Papa Pío XI

El Rey Alfonso XIII y la Reina Victoria Eugenia, el día de la Audiencia Papal, con su séquito.

 

Alberto Rubio. Madrid.

 

Antes de la visita del Rey Felipe VI a Su Santidad el Papa Francisco sólo hay dos antecedentes de Reyes de España que fueron recibidos en Audiencia: Juan Carlos I en 1977 (Pablo VI) y Alfonso XIII en 1923 (Pío XI). Isabel II fue recibida después de haber abdicado, ya exiliada en París. En ninguno de estos casos se trataba de cumplir la “tradición” de la que se ha hablado en estos días acerca de que los monarcas españoles, por ser católicos, hacen su primer desplazamiento internacional al Vaticano cuando suben al trono. Pero eso es otra historia.

 

Lo destacable, en su caso, de la Audiencia concedida por Pío XI a Alfonso XIII, el 20 de noviembre de 1923, es que se trató de un hecho diplomático notable. Ningún rey español había viajado a Roma en los cuatrocientos años precedentes y el general Primo de Rivera acababa de instaurar una dictadura en España que la jerarquía católica había acogido “con caluroso agrado”, como describe Francisco Martí Gilabert en su ensayo “La Iglesia y la Dictadura de Primo de Rivera”. Era un momento muy oportuno.

 

Con la aquiescencia del Gobierno, los Reyes se embarcaron en Valencia en el acorazado Jaime I. Cuatro días después llegaban a Roma en un tren especial y eran recibidos por el rey italiano, Víctor Manuel III. Precisamente, uno de los objetivos era colaborar en la solución de la “cuestión romana”, que enfrentaba al Vaticano con el joven reino de Italia debido a que, tras la reunificación del país, Roma había sido absorbida por el nuevo Estado, quedando sometidos los Estados Pontificios a su jurisdicción.

 

La prensa italiana destacó al respecto que la visita del rey español a su homólogo italiano “había cerrado la brecha de la Puerta Pía”, aunque L’Osservatore Romano puntualizó rápidamente que todavía no se había encontrado la fórmula para garantizar la libertad del Papa. Esa fórmula se encontraría en 1929, con la firma de los Pactos de Letrán entre la Santa Sede y el Gobierno de Mussolini.

 

Volviendo a la visita de Alfonso XIII, el monarca había mostrado, desde su proclamación, su deseo de visitar al Papa. Ya quiso viajar todavía con Benedicto XV en la silla de San Pedro pero la Primera Guerra Mundial y la “cuestión romana” lo impidieron.

 

El Rey tenía dos motivos importantes para visitar la Santa Sede: uno, hacer honor al título de “Su Majestad Católica” que ostentan los soberanos españoles; y dos, solicitar ciertos privilegios que consideraba justos para España, entre ellos aumentar el número de cardenales españoles, que consideraba escasos en comparación con los de otros países de menor tradición católica.

 

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El Rey ofreció al Papa estar en primera línea «si en defensa de la fe perseguida levantarais una Cruzada»

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Martí asegura que, en la Audiencia, tras besar las sandalias y el anillo del Papa, Alfonso XIII pronunció un discurso “altisonante”, en el que llegó a ofrecer a “España y su rey” para estar en la primera fila “si en defensa de la fe perseguida, nuevo Urbano II, levantarais una Cruzada”.

 

Queda a la interpretación de cada uno si esa encendida defensa de la fe católica supuso un aumento sustancial de los cardenales españoles. Pío XI nombró a cuatro durante su pontificado. El mismo número que su antecesor, Benedicto XV. Lo que sí es cierto es que las relaciones entre España y el Vaticano mejoraron notablemente, como demuestra la carta de felicitación que el Pontífice envió a Alfonso XIII al cumplirse el 25º aniversario de su reinado: “Comprobamos que siempre ha sido convicción vuestra la de que la prosperidad y la gloria de España esté ligada en el mayor grado al florecimiento de la religión católica”.

 

En todo caso, si tuvo mucho que ver en esa mejora de relaciones bilaterales que, tras la visita real, el Gobierno de Primo de Rivera creó la Junta Delegada del Real Patronato Eclesiástico, que dejaba los nombramientos de sacerdotes y obispos, salvo mínimas excepciones, en manos de los prelados. La Iglesia recuperaba así una parcela que hasta entonces había estado en manos de los políticos y que había creado no pocas fricciones entre la Santa Sede y los gobiernos anteriores.

 

 

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