Eduardo Madina y Pedro Sánchez emergen como finalistas en la lucha por el liderazgo del PSOE.
Gonzalo López Alba. Madrid.
El PSOE cumplirá en agosto 126 años de existencia, en los que ha sobrevivido a todas las coyunturas y circunstancias. Empezó su trayectoria con un único cargo electo –una concejalía de su fundador en el Ayuntamiento de Madrid-, llegó a conquistar la mayoría absoluta más aplastante -202 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados, en 1982- y es el partido que más tiempo ha gobernado durante el periodo democrático –casi 21 de sus 37 años-.
Pero, nunca como ahora, había estado más amenazado de verse relegado a una posición irrelevante, una inquietud creciente que recorre como un fantasma toda la organización, en la que por primera vez se admite que más de cien años de vida no son un seguro contra la extinción.
Las elecciones europeas de mayo demostraron que, en contra de lo que se había sostenido durante décadas, el PSOE no tiene suelo electoral. En noviembre de 2011 cosechó sus peores resultados, con el 28,73 por ciento de los votos, pero en mayo batió su peor récord, viendo reducidos sus apoyos a tan sólo el 23 por ciento. Atrapado entre la decadencia del bipartidismo y la emergencia de nuevos movimientos políticos que le disputan el espacio de la izquierda, singularmente el de ‘Podemos’, bajo el liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba ha pasado de la UVI a la UCI y el temor es que acabe en la sala de terminales.
Como ha señalado uno de los representantes más notables de la vieja guardia, el expresidente de Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra, “el problema de los partidos socialdemócratas en toda Europa, y también en España, consiste en que los ciudadanos ya los consideran como parte del sistema y no como un instrumento útil para cambiarlo” (El país, 20/6/14). Y, como añade Ibarra con alarma, esta coyuntura sociopolítica coincide con que “las estructuras de los partidos tradicionales se han convertido en círculos de confort”, de modo que “si se articula un partido para que los dirigentes sobrevivan, el partido no podrá sostener a nadie porque la carga será insoportable y el edificio se hundirá definitivamente”. En esta dialéctica interna se haya sumido el PSOE.
Los socialistas elegirán entre dos candidatos de la generación de Felipe VI
El cambio de líder no es la panacea, pero como señala Pedro Fernández-Vázquez en un estudio al que hace referencia el Informe sobre Democracia en España 2014 de la Fundación Alternativas, “es muy relevante a la hora de entender por qué la ciudadanía está dispuesta a creer un cambio de oferta política”. Este factor ya anticipaba el fracaso de la renovación liderada por Alfredo Pérez Rubalcaba, vicepresidente del último gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Fracasada la apuesta de la vieja guardia para hacer olvidar el zapaterismo, los socialistas buscan ahora recambio entre dirigentes de la generación de los años 70, la que se puede asimilar con el nuevo rey, Felipe VI –nacido en 1968-. La favorita era Susana Díaz, que ha asumido con éxito el califato de Andalucía tras la abdicación de José Antonio Griñán, precursor del rosario de abdicaciones que han venido después. Pero la presidenta andaluza, que todavía no ha cumplido un año en el cargo, se ha hecho a un lado porque quería una coronación sin competencia y el calendario no se acomodaba a su hoja de ruta.
Así, en la disputa por el liderazgo aparecen como finalistas dos diputados: el vasco Eduardo Madina (1976) y el madrileño Pedro Sánchez (1972), que ha logrado neutralizar la desventaja con la que partía en nivel de conocimiento y ahora, gracias al desplazamiento en su favor que se ha producido del apoyo que tenía Díaz en los aparatos territoriales, mantiene un codo a codo con su contrincante, que partía como favorito y cuenta con menos puntales orgánicos.
Llegados a este punto, conviene tener presente que el secretario general del PSOE será elegido, el 13 de julio, por el voto individual y secreto de la militancia, que tiene acreditada querencia por contradecir a sus dirigentes. Y conviene también releer la segunda parte de las observaciones de Ibarra.
La consolidación del nuevo secretario general estará supeditada al resultado de las próximas elecciones generales
La posición de la mayoría de los dirigentes territoriales es muy frágil y prefieren que el secretario general también lo sea para así poder conservar sus cargos –pasarán por las urnas en mayo, como candidatos municipales o autonómicos- e influir en la composición de la próxima Ejecutiva socialista. Este interés, aunque por razones distintas, lo comparte Díaz, en cuya hoja de ruta sigue estando dar, antes o después, el salto a la política nacional, lo que podría ocurrir en 2016, cuando después de las próximas elecciones generales el PSOE tendrá que celebrar un congreso ordinario –el de julio es de carácter extraordinario-. Del resultado que en esos comicios obtenga el PSOE dependerá que el líder que se elija el próximo mes se consolide o sea otro secretario general de transición.
A pesar de su identidad generacional, son muchas las diferencias entre los dos candidatos que se perfilan como finalistas. Mientras que Madina quiere dar al partido una vuelta de calcetín, con cambios de fondo y de forma, y tiene un proyecto elaborado en el que viene trabajando desde hace mucho tiempo, el segundo responde a un patrón más clásico y está construyendo su discurso sobre la marcha. Sánchez ha logrado arrebatar a Madina la bandera de “lo nuevo”, pero a medida que avance la campaña lo más probable es que el debate interno se desplace hacia quién representa posiciones más o menos de izquierdas, un retrato en el que los medios afines del PP ya han etiquetado a Sánchez como la derecha del partido al pronunciarse de forma unánime en pro del diputado madrileño.
La carrera no ha hecho más que empezar. La primera meta volante se cruzará el día 27, cuando concluye el plazo para la recogida de los avales requeridos para formalizar las candidaturas.