Ignacio Rupérez
Ex embajador de España en Bagdad
En Oriente Medio de nuevo se barajan frenéticamente las cartas políticas y territoriales, en un escenario con posibilidades al parecer insospechadas en el que figuran todos los argumentos para el sectarismo y la barbarie. Desde diciembre de 2013, con los graves incidentes en Ramadi y Fallujah y el fortalecimiento progresivo del Estado Islámico, llámese en Irak y Levante (EIIL), o en Irak y Siria (ISIS), ya se advirtió que la guerra no se reduciría a Siria, sino que tendía a extenderse al vecino Irak; en realidad dos países divididos por fronteras coloniales pero que registran la poderosa confluencia de las mismas tribus, con más de 200.000 refugiados sirios en Irak y una identidad cultural, religiosa y política fuertemente compartida. Tales lazos se habrían estrechado aún más -tal vez de la manera más dramática y menos pacífica-, con la ofensiva de los yihadistas en Mosul, Tikrit, etc., que altera sustancialmente el panorama estratégico de una guerra que involuciona y cuya transformación autoriza todo tipo de hipótesis para un incierto final.
La ofensiva yihadista ha revelado la debilidad e inconsistencia del primer ministro Al Maliki y los suyos, ganador en las elecciones generales de abril, pero incapaz de constituir un nuevo Gobierno, con unas fuerzas armadas que, en Mosul, se han mostrado altamente incapaces para contener la embestida. Pese a su superioridad en soldados y armamento, apenas mostraron resistencia y huyeron en desbandada, abandonando arsenales, uniformes y armas para mayor beneficio del enemigo. Éste ha combinado, de manera muy original y efectiva, las tácticas de la guerrilla con las propias de la guerra relámpago, frente a unos soldados -sunitas, en buena parte- que a su carencia de moral de lucha han unido su pereza o firme decisión para no enfrentarse con hermanos de religión. Por ello, y de nuevo, hay que preguntarse por el futuro de Irak y la realidad de Siria que, a medida que continúa la lucha, se fraccionan con profundidad creciente entre sunitas, chiitas y kurdos. Fractura acentuada progresivamente para sirios e iraquíes, como si unos y otros no combatieran por su país sino por su facción, su tribu o su territorio.
Efectivamente, que el Gran Ayatollah Ali Hussein Sistani se decidiera a convocar a su gente en defensa del país ha dado tal vez la señal de que la espiral sectaria ya establecida en Siria, con los sucesos de Irak se habría hecho imparable. No caben dudas de que la llamada de la máxima autoridad chiita en Irak tendrá efectos contundentes y será escuchada de forma masiva. Ya lo fue en 2004 cuando Sistani movilizó a las masas chiitas contra las fuerzas estadounidenses en el asedio, que fue interrumpido, a la mezquita del Imán Ali en Nayef. Sus santuarios y cementerios en esta ciudad, en Kerbala, Samarra, Kufa, incluso en Bagdad, se encuentran amenazados por esta ola de barbarie y fanatismo que se imputa a las masas sunitas combatientes, pero que también se relaciona con Nuri Al Maliki y sus gobiernos, protagonistas desde 2005 de una gestión caracterizada por la incompetencia, la corrupción y el sectarismo que han dificultado gravemente la reconstrucción política y material de un Irak muy conmocionado por la invasión de 2003, la guerra civil siria y ahora por otra invasión.
Resulta paradójico que a estas alturas sean los peshmergas kurdos los llamados a enmendar las derrotas del nuevo Ejército iraquí, tanto en Mosul como en Kirkuk, lo que indudablemente se aprovechará por el Gobierno de Erbil para ampliar su presencia en otros territorios y campos petrolíferos. También, que la gran movilización chiita dentro y fuera de Irak, en defensa del Irak de Nuri Al Maliki, con notable participación de combatientes y asesores iraníes, se haga para sostener un Gobierno fracasado y que, para ello, se busque la confluencia de intereses con los Estados Unidos. Así como la de Turquía, con un millón de refugiados sirios en su territorio, de manera irremediable arrastrada a un conflicto que ha tratado de evitar. Todo parece posible, en previsión de un paisaje después de la batalla, que a lo mejor nos parecerá irreconocible porque los principales actores se muestran implacables entre sí, egoístas ante las ventajas que esperan obtener. De momento, cabe asegurar el alivio de Bashar Al Assad, observando que parte de sus enemigos se ha trasladado a Irak y que, al sur de su país, la presión militar ha descendido sobremanera.