Texto foto: Antonio Rodríguez Portillo
En las proximidades de la ciudad de Trillo (Guadalajara) se encuentran, en un bello entorno junto al río Tajo, las ruinas del antiguo monasterio cisterciense de Santa María de Óliva. De su antiguo esplendor, fundado en el siglo XII siguiendo las directrices de San Bernardo, solo quedan la esbelta espadaña de su iglesia, parte del claustro y alguna que otra dependencia peor conservada y todas ellas de estilo renacentista que revelan los cambios arquitectónicos en el correr de los siglos.
En 1930, abandonado y en propiedad particular después de la desamortización del siglo XIX, fue adquirido por W. Randolph Hearst, dueño de un importante grupo de prensa estadounidense que promovió la guerra de 1898 entre España y EEUU, para incluirlo dentro de la propiedad que se estaba construyendo en San Francisco.
La República lo declaró un año más tarde Monumento Nacional y gracias a ello se pueden visitar los restos que menos interesaban a su comprador. En la actualidad, la Sala Capitular, de traza gótica, ha sido reinstalada en una abadía trapense cercana a la ciudad donde recaló.
Aunque se puede llegar a las inmediaciones de la finca en donde se encuentra por una estrecha carretera desde Carrascosa de Tajo, lo ideal es hacerlo desde la ciudad de Trillo, andando, por un pequeño cañón bajo la vigilancia de algunos buitres y siempre en compañía del rio Tajo que serpentea y, a veces, resuena en los lugares donde encuentra roca. En las inmediaciones se encuentra un balneario de aguas medicinales que ya conocieron los romanos y árabes, y que se abrió en el XVII por orden del rey Carlos III. De ahí que lleve su nombre.