Texto y foto: Antonio Colmenar
A 10 kilómetros de Tarifa, y a la vista del continente africano, se alza la primera de las dunas móviles provenientes del Sáhara que se han ido acumulando con el paso del tiempo en este punto, el más meridional de España. Es la duna de Punta Paloma, cuyas arenas finas y doradas sirven de escaparate para los amantes del kite-surf que galopan sobre las aguas de la playa de Valdevaqueros.
Esta gran duna con forma de media luna se va creando con la ayuda de los vientos de levante que arrastran la arena de la playa hacia poniente. Sus extremos se llaman alas o cuernos. Y para los amantes de los vocablos raros hay que decir que es transgresiva, es decir que avanza hacia dentro. En concreto, hacia un pinar de repoblación de pino piñorero, cuyas copas parecen pedir auxilio ante el avance imparable de la arena que los va secando hasta sepultarlos y dejarlos sin agua.
A diferencia de la hermosa playa vecina de Bolonia, esta duna móvil es fruto de la mano del hombre. En 1940, en plena psicosis en la España de Franco ante un posible desembarco aliado en sus costas, se construyeron trincheras de arena en el borde litoral que facilitaron el rápido avance de la arena.
Tal es su crecimiento, que la duna invade de forma implacable una carretera secundaria que lleva a una pequeña población. Las máquinas se afanan periódicamente por retirar la arena de la calzada como si fuera nieve que se va a derretir, pero este trabajo de Sísifo es tan baldío como intentar que el desierto del Sáhara deje de avanzar. A la naturaleza, a veces, no se la puede parar.