Montse Guasch
Psicóloga
Hay ocasiones en que el diplomático y su pareja deciden vivir separados: uno en su nuevo destino y el otro de vuelta al país de origen. Los motivos que llevan a tomar esa decisión son muy diversos (ver Familia de diplomáticos, los motivos para volver/1), pero ¿qué ocurre en la pareja cuando se opta por un modelo familiar con dos hogares diferentes y qué se puede hacer para paliar las dificultades?
Hoy por hoy suele ser ella quien vuelve a casa y lo hace acompañada de los hijos mientras él se va al nuevo destino.
Una vez se instalan cada uno en su hogar, los dos suelen sentir soledad o incluso frustración por no estar cerca, por necesitar el apoyo mutuo después de una dura jornada, o por necesitar relajarse con su pareja durante el tiempo libre. Ella querría compartir con él la carga de los problemas cotidianos de los hijos, y él sentir que participa también en el día a día de la educación y crecimiento personal de los hijos.
Con el paso del tiempo se van organizando y estableciendo vidas paralelas en las que aprenden a disfrutar o a superar las dificultades sin la presencia del otro. El diplomático conocerá parte de las rutinas de su cónyuge, pues no en vano él conoce las rutinas típicas del país de origen, pero ella probablemente desconozca las que él pueda adquirir en su nuevo destino y, por qué no, quiera mantener en el futuro: comidas, horarios o incluso nuevas formas de socializar sin ataduras familiares.
Uno puede acabar acostumbrándose a la lejanía de la pareja a medida que genera su propio espacio personal y social, la comodidad de no tener que negociar con el otro las decisiones cotidianas o de no renunciar a lo que apetece.
El riesgo existente es que empiecen a surgir desajustes en sus propias expectativas de vida (qué quiere cada uno, cuáles son sus aspiraciones, qué les motiva o disgusta) porque si las expectativas no se comparten, será cada vez más difícil llegar a acuerdos y con ello surgirá un sentimiento de frustración y la sensación de incomprensión por parte del otro cónyuge, aunque esté lejos.
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Para evitar que la distancia genere conflictos, la pareja debe hacer un esfuerzo permanente
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En medio de esta situación, las familias de origen pueden contribuir negativamente a la estabilidad de esta familia separada. Si el cónyuge que regresa permite que sus familiares participen en decisiones que en realidad corresponden al diplomático ausente, esto generará más distanciamiento y conflicto entre la pareja.
Pueden aparecer celos por parte del diplomático al sentir que los familiares usurpan su propio espacio familiar o no le entienden ni le tienen en cuenta. En cualquier caso, la situación produce un distanciamiento entre los cónyuges.
Para evitar que la distancia geográfica pueda generar alguna de estas situaciones, la pareja debe hacer un esfuerzo permanente para que la comunicación entre las dos unidades familiares sea fluida y regular, que no sólo hablen de su día a día sino también de sus anhelos, preocupaciones, ilusiones y sentimientos.
El cónyuge en casa deberá tomar una especial conciencia de que el diplomático tendrá una previsible etapa de crisis adaptativa en cada nuevo destino y que cada nuevo destino supondrá nuevas aportaciones culturales en la familia.
En la medida que la pareja se esfuerce en entender los cambios del otro, apoyarse mutuamente y comunicarse sus necesidades, no tendrán necesidad de buscar otras redes de apoyo externas a ellos. Sólo así podrán seguir sintiendo que sus verdaderas raíces están en la familia nuclear, la cual lucha en común para mantenerse como una unidad, pese a la distancia.