Texto y foto: Antonio Colmenar
Fue una de las capitales del Imperio español hasta 1563, cuando Felipe II trasladó su Corte a Madrid para gobernar desde allí los territorios en los que no se ponía el sol. A la par que el devenir de España, la ciudad se fue sumiendo con el paso de los siglos en un maravillosa decadencia que la hace hoy única y de la que nunca se pudo escapar uno de los grandes pintores que haya conocido este mundo: Doménikos Theotokópoulos, más conocido como el Greco.
Toledo dormita en los brazos del río Tajo y en el casco antiguo se suceden las calles estrechas con sus casas señoriales y las tiendas de espadas, los túneles medievales con las huellas de la Inquisición, y un majestuoso alcázar militar que sobrevivió a la Guerra Civil.
Durante miles de años Toledo ha acumulado cientos de leyendas y misterios, pero yo me quedo con ese cruce de culturas tan asombroso y real que se dio en tiempos de Alfonso X el Sabio, cuando las religiones católica, musulmana y judía supieron convivir y florecer de la mano bajo el supremo mandato de la tolerancia. Un cruce de culturas que el cielo de Toledo pareció dibujar el otro día sobre la esbelta figura de la catedral.